miércoles, setiembre 21, 2005


26. Miguel en el dentista
está sentado en la silla reclinable mientras espera anhelante la punta de la jeringa que atravesará insensible su encía y su quijada hasta llegar al nervio de la parte inferior izquierda de su boca, que le anestesiará la mitad de su labio y su lengua. Quiere sentir la anestesia total que lo hará soportar un poco más, otra vez, otra endodoncia.
Miguel se muere de miedo sentado en la silla reclinable del dentista. Junto a él hay otro montón de pacientes y practicantes de batas verdes y mascarillas que les cubren la boca. La chica que lo atiende a él tiene amarrado el pelo y juega con alfileres finísimos clavados contra una especie de esponja en una latita plateada. Saca uno, lo mira con detenimiento y lo guarda. Saca otro, lo mira con detenimiento y lo guarda.
- ¿Ya?
Miguel está aterrado. La muela que ella tiene que atravesar con el alfiler está abierta, descascarada, esperando atenta como todos el final de este episodio, mientras Paty (en algún lugar de Lima, de Magdalena del Mar, del mundo) está fumando marihuana con alguien, o está descansando boca abajo en su casa, mirando por televisión “Live as we know It” o quizá ya le cortaron el cable.
- Vamos, Miguel...
- Sí, un segundo. Nada más quiero un descanso...
Junto a él, en una silla vecina, una niña de unos diez años soporta una endodoncia. Miguel se llena de valor. La practicante coge la jeringa y se la mete en la boca. Los músculos de la quijada de Miguel se tensan. Ella dice que se relaje. Masajea la quijada de Miguel mientras introduce aquella jeringa y por un segundo un chorro de anestesia sale disparado de su boca. La practicante hunde un poco más la jeringa adentro de su encía y cambia de dirección, buscando el nervio. Miguel siente que la anestesia sabe a cocaína, e intenta imaginar qué pensaba William Burroughs de las jeringas hipodérmicas: “ñam, ñam...”.
- ¿Ya?
Ahora la practicante saca un alfiler y lo guarda. Miguel se tapa la boca con las manos. Quiere aceptar la idea de que ella atravesará esa cosa varias veces en su boca hasta matar al nervio, y quiere pensar que no dolerá. No dolerá. No dolerá. Mira a la niña con cara de estar dispuesta a todo. Confianza. Él no tiene eso. Él piensa que ha desarrollado tolerancia y que no importa cuantas veces le inyecten anestesia, él lo sentirá todo.
¿Por qué a veces la vida es tan mierda?
Piensa en Paty. Miguel piensa en Paty, Miguel quiere decir: yo pienso en ella. Quiere mirar a la joven practicante a la cara y decirle: sácame de aquí. Tengo que buscar a Paty antes de que le corten el cable, o antes de que rompan la puerta a patadas y se lleven sus cosas. Antes de que los policías encuentren todos esos paquetes escondidos detrás del televisor de su sala. Paty es tan pobre, tan frágil.
- Nada más quiero un descanso...
La practicante mueve la cabeza de un lado a otro y mira el reloj.
- Esos alfileres, ¿por qué tiene que parecerse tanto a las banderillas que le clavan a los toros?
La practicante asiente con la cabeza y se ríe.
- Sí -dice-, son parecidos.
Luego se reincorpora. Se está acabando el tiempo y la silla baja eléctricamente hasta llegar a la altura del piso. La practicante acerca su silla con rueditas, coge uno ésos alfileres y se dispone a